El carnaval indudablemente, es una fiesta popular. Un festejo que  concierne a toda una comunidad que arma un espacio común de interacción, que generalmente, es la calle. Allí construyen escenarios, cuelgan ornamentos, ponen la música “a todo volumen” y la alegría se percibe!

Las calles se transforman en corsódromos y las pasadas se hacen a “escena abierta”; desfilan y bailan murgas y comparsas con sus brillos y colores,  desplazándose libremente para la mirada de todos.

En Carnaval todos los vecinos pueden disfrutar del anonimato con un antifaz o pintura en la cara; tienen la oportunidad de disfrazarse y transformarse en héroes, en autoridad o en un gran personaje social. Todos sin exigencia ni límite de edad, están invitados a bailar y expresarse con el cuerpo y la música, al ritmo de tambores y batucadas.

Eso es EL CARNAVAL, la expresión de la alegría del Pueblo que regresó en aquel diciembre de 1.983, cuando la Democracia restituye nuestros Derechos y garantías; cuando un presidente elegido por el Pueblo, rescata nuestra dignidad humana que nos habilita para reencontrarnos en muchedumbres y amontonamientos para celebrar con risas abiertas a carcajadas, con pinturas en la cara y sin temores!

Cuarenta años vienen sucediéndose. Cuarenta años desde que recuperamos la Democracia y recuperamos el Derecho a festejar en las calles, entre amigos, hijos y entenados, entre todas y todos y ciertamente, el Carnaval forma parte de esas celebraciones populares que hemos recuperado.

Llenar  las bombitas en la canilla, preparar los baldes con agua; almorzar en familia y terminar jugando al carnaval en el patio; correr para mojar a todos en la vereda, en las calles; esquivar los “bombazos”… son algunos de los mejores recuerdos de aquellos tiempos, cuando al iniciar el mes de febrero, nos empezábamos a preparar para vivir el Carnaval… y vaya que se vivía de otra manera.

Empaparse luego del almuerzo en familia, salir a la vereda y compartir las corridas cruzadas con el piso mojado era la mejor época. Un tiempo en el que nadie se enojaba si al pasar recibía un baldazo o era blanco de una bombita en esas sanas y divertidas batallas callejeras de agua y risas al grito de “-Carnaval tiene la culpa!”.

Por las noches, esto, de alguna manera se continuaba en el baile de Romacho, una pista ubicada en el corazón del barrio Villa María, propiedad de una conocida familia añatuyense que supo hacer historia con sus famosos bailes de carnaval.

 Entrar al “Recreo del Chamamé” –nombre del lugar- era ingresar a un tiempo donde aceptabas  las reglas populares del Carnaval. Romacho tenía preparado 

su “arsenal” de bombitas, las más pequeñas, eran las “dolorosas”;  bolsitas de harina y témperas de todos los colores, estaban a la venta. 

En un momento de la noche el lugar se convertía en una incesante lluvia de bombitas que reventaban y mojaban a mansalva a los sentados en sus sillas y mesas de madera o empapaban a los que bailaban en la pista de mosaicos amarillos, mientras en el escenario actuaban Los Masters o Los Flamantes, grupos de vasta trayectoria local.

En “Romacho”, todos iban y venían con las caras pintadas de los colores más raros que se puedan formar, con el cuerpo enharinado y embarrado y los pelos pegoteados, pero felices! Y eso era lo llamativo: el disfrute de esta manera popular de vivir el Carnaval. Esa forma de celebrar era lo que invitaba a entrar en este mundo y por unas horas, compartir la alegría con propios y ajenos, bailar, ensuciarse a lo largo de tres divertidas noches que al terminar, solo dejaban las ganas que pase pronto el año y lleguen el próximo Carnaval.

Pasaron muchos años. Los chicos  ya no llenan bombitas ni se juega en el barrio, se perdió aquel espíritu carnavalero que divertía a todos sin límites!. Pero indudablemente todo aquello que sucedía en febrero al grito de “Carnaval tiene la culpa!” quedará entre los mejores recuerdos de nuestras infancias. (Continuará)